viernes, 14 de septiembre de 2012

La puesta en evidencia



Anochecer en Étretat (1883). Claude Monet (1840-1926)

Quizá no haya un capítulo tan célebre en Tristes trópicos (1955) —y quizá en toda la obra escrita de Claude Lévi-Strauss— como el séptimo: “La puesta del sol”. Ese minucioso reporte de las evoluciones cromáticas y los movimientos nubosos del fin de la tarde es tan original como extravagante, tan bello como tedioso y tan ambicioso como frustrante; pero todo eso, justamente, es lo que lo hace inolvidable. En la larga historia de reseñas y comentarios que, por más de medio siglo, se han referido a esas páginas, alguien ha llegado a compararlas con aquel óleo inmortal de Claude Monet sobre el que se fundó la escuela impresionista: Impresión, sol naciente (1872). Poco le importó al crítico de turno que se tratara de dos gestos solares opuestos; sin embargo, es recomendable que los puristas de la astronomía recurran, para el símil, a otra tela de Monet: Anochecer en Étretat.
Hay, sin embargo, algo más que impresionismo en ese capítulo crepuscular de Lévi-Strauss: en cierto sentido, “La puesta del sol” anticipa y sintetiza el espíritu ecléctico e indefinible de Tristes trópicos, un libro que se ofrece como escenario de la explicación estructuralista —piénsese en la cátedra sobre el dualismo impartida en “Buenos salvajes”— al mismo tiempo que se insinúa como refugio a salvo de ella —tal cual ocurre en “Robinson”, un capítulo henchido de desconfianza respecto del oficio antropológico—. El capítulo séptimo descubre un orden bajo el atardecer, sin que ello le impida quejarse contra su irreductible naturaleza de acontecimiento; esto es, de cosa impredecible que se antoja como surgida del sombrero de un mago (o, mejor, del ánfora mágica de cierto mito amazónico). Dennis Bertholet, uno de los últimos biógrafos del antropólogo francés, se ha referido claramente a esa paradoja: “Quizá este ejercicio, en el cual algunos se han dado demasiada prisa en subrayar el carácter ‘aestructuralista’, es por el contrario el documento que aclara más profundamente la naturaleza de lo que será el método estructuralista: toda forma, todo movimiento, desde el momento en que existen, aunque duren lo que un relámpago, están organizados, y en ese sentido son objeto de una descripción, de una explicación. Aceptar lo vago, la indistinción, las construcciones evanescentes, es ceder el terreno a la noche y a la muerte”.
Con todo, todavía es posible encontrar una revelación adicional en “La puesta del sol”. Eso sí, de por medio es necesaria una confesión de Lévi-Strauss consignada en Le Magazine Littéraire de octubre de 1985. Allí, el antropólogo cuenta que alguna vez pensó en escribir una novela sobre un hombre que estafaba a una comunidad nativa. El argumento era más o menos así: un aventurero, apenas apertrechado con un parlamento en lengua nativa reproducido magnetofónicamente, se hacía pasar por el dios de una aleda isleña; enseguida, exigía a cada lugareño un tributo de tres cocos que, a la postre, se convertía en una inmensa fortuna. De acuerdo con el frustrado novelista, se trataba —y las palabras parecen, más bien, de Bronislaw Malinowski— de un argumento “muy conradiano”. Pero jamás se escribió esa nueva versión de El corazón de las tinieblas, y lo único que quedó fue su título —Tristes trópicos— y la descripción de la puesta del sol con que iba a empezar la novela. He ahí, pues, la gran revelación: la famosa descripción del atardecer son las palabras de un personaje embustero; la rutilante sinfonía de colores y formas está ejecutada desde la perspectiva de un farsante. No podía ser de otra forma, después de todo: se trata del mismo timador que, ya bajo su nombre de antropólogo, y sólo porque un muchacho polinesio no puede tocarle la cabeza al padre, establece que su relación es rotundamente negativa; el mismo truhán que convierte el mito de Edipo en un galimatías de pesadilla: Fx(a):Fy(b)≈Fx(b):Fa-1(y).
             Por lo visto, no es la noche lo único que se revela en el capítulo séptimo de Tristes trópicos. También se nos advierte que estamos en los mismos umbrales de la fábula objetiva del estructuralismo.




Impresión, sol naciente (1872). Claude Monet (1840-1926)

2 comentarios:

  1. Excelente relato (si así podríamos llamarle) Espero con ansias el siguiente!!

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  2. Qué buena forma de desenmascarar al, un tanto ególatra, Claude Gustav

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