Anochecer en Étretat (1883). Claude Monet (1840-1926) |
Quizá no haya un capítulo tan
célebre en Tristes trópicos (1955) —y quizá en toda la obra escrita de
Claude Lévi-Strauss— como el séptimo: “La puesta del sol”. Ese minucioso
reporte de las evoluciones cromáticas y los movimientos nubosos del fin de la
tarde es tan original como extravagante, tan bello como tedioso y tan ambicioso
como frustrante; pero todo eso, justamente, es lo que lo hace inolvidable. En
la larga historia de reseñas y comentarios que, por más de medio siglo, se han
referido a esas páginas, alguien ha llegado a compararlas con aquel óleo
inmortal de Claude Monet sobre el que se fundó la escuela impresionista: Impresión, sol naciente (1872). Poco le importó
al crítico de turno que se tratara de dos gestos solares opuestos; sin embargo,
es recomendable que los puristas de la astronomía recurran, para el símil, a
otra tela de Monet: Anochecer en Étretat.
Hay, sin embargo, algo más que
impresionismo en ese capítulo crepuscular de Lévi-Strauss: en cierto sentido,
“La puesta del sol” anticipa y sintetiza el espíritu ecléctico e indefinible de
Tristes trópicos, un libro que se
ofrece como escenario de la explicación estructuralista —piénsese en la cátedra
sobre el dualismo impartida en “Buenos salvajes”— al mismo tiempo que se
insinúa como refugio a salvo de ella —tal cual ocurre en “Robinson”, un
capítulo henchido de desconfianza respecto del oficio antropológico—. El capítulo
séptimo descubre un orden bajo el atardecer, sin que ello le impida quejarse contra
su irreductible naturaleza de acontecimiento; esto es, de cosa impredecible que
se antoja como surgida del sombrero de un mago (o, mejor, del ánfora mágica de
cierto mito amazónico). Dennis Bertholet, uno de los últimos biógrafos del
antropólogo francés, se ha referido claramente a esa paradoja: “Quizá este
ejercicio, en el cual algunos se han dado demasiada prisa en subrayar el
carácter ‘aestructuralista’, es por el contrario el documento que aclara más
profundamente la naturaleza de lo que será el método estructuralista: toda
forma, todo movimiento, desde el momento en que existen, aunque duren lo que un
relámpago, están organizados, y en ese sentido son objeto de una descripción,
de una explicación. Aceptar lo vago, la indistinción, las construcciones
evanescentes, es ceder el terreno a la noche y a la muerte”.
Con todo, todavía es posible
encontrar una revelación adicional en “La puesta del sol”. Eso sí, de por medio
es necesaria una confesión de Lévi-Strauss consignada en Le Magazine Littéraire de octubre de 1985. Allí, el antropólogo
cuenta que alguna vez pensó en escribir una novela sobre un hombre que estafaba
a una comunidad nativa. El argumento era más o menos así: un aventurero, apenas
apertrechado con un parlamento en lengua nativa reproducido magnetofónicamente,
se hacía pasar por el dios de una aleda isleña; enseguida, exigía a cada
lugareño un tributo de tres cocos que, a la postre, se convertía en una inmensa
fortuna. De acuerdo con el frustrado novelista, se trataba —y las palabras
parecen, más bien, de Bronislaw Malinowski— de un argumento “muy conradiano”.
Pero jamás se escribió esa nueva versión de El
corazón de las tinieblas, y lo único que quedó fue su título —Tristes trópicos— y la descripción de la
puesta del sol con que iba a empezar la novela. He ahí, pues, la gran revelación: la
famosa descripción del atardecer son las palabras de un personaje embustero; la
rutilante sinfonía de colores y formas está ejecutada desde la perspectiva de
un farsante. No podía ser de otra forma, después de todo: se trata del mismo
timador que, ya bajo su nombre de antropólogo, y sólo porque un muchacho polinesio no puede tocarle la cabeza al
padre, establece que su relación es rotundamente negativa; el mismo truhán que convierte el mito de Edipo en un
galimatías de pesadilla: Fx(a):Fy(b)≈Fx(b):Fa-1(y).
Por lo visto, no es la noche lo único que se revela en el capítulo
séptimo de Tristes trópicos. También se
nos advierte que estamos en los mismos umbrales de la fábula objetiva del estructuralismo.Impresión, sol naciente (1872). Claude Monet (1840-1926) |
Excelente relato (si así podríamos llamarle) Espero con ansias el siguiente!!
ResponderEliminarQué buena forma de desenmascarar al, un tanto ególatra, Claude Gustav
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