Dos negros jóvenes (1656). Rembrandt (1606-1669) |
En el ya clásico Brujería,
magia y oráculos entre los azande (1937), Sir Edwar Evan Evans-Pritchard
escribió: “Los brujos, tal como los conciben los azande, no pueden existir”. La
tesis es poco menos que audaz y sin duda se apoya en toda la flema inglesa del
autor, pues es una verdad de a puño que no es tarea del antropólogo salir en
busca de fantasmas para denunciarlos a la luz de la razón; el mismo
Evans-Pritchard lo sugiere en una reflexión sobre las creencias religiosas,
consignada en alguno de sus ensayos: “Según como yo lo entiendo, [un antropólogo]
no tiene posibilidad de saber si los
seres espirituales de las religiones primitivas o cualquier otra tienen o no
cualquier tipo de existencia, y, por consiguiente, no puede tomar en
consideración el problema”.
A pesar de tanto
pudor metodológico, Evans-Pritchard establece sin ningún escrúpulo la imposibilidad
de la existencia de los brujos azande. Lo cierto, sin embargo, es que no es fácil
estar en desacuerdo: la brujería zande, a primera vista, es en extremo
pintoresca. Un hombre, necesariamente hijo de otro brujo, alberga la “materia
de brujería” en el intestino delgado, y, por obra de su malquerencia respecto
de algún vecino, desde su vientre emana una fuerza que daña alguna de las posesiones
o proyectos del otro, o que lo enferma o, incluso, lo mata. Cuando alguno de los
oráculos tradicionales revela el nombre del brujo, este puede arrepentirse
sinceramente y dejar en paz a su víctima, si no es que finge la contrición y,
con toda la malevolencia posible, se empeña en seguir adelante con sus artes
nefastas. Cuando, con autorización del príncipe local, se autoriza la venganza
contra los brujos homicidas, un mago oficial activa medicinas que producen la muerte
instantánea del nigromante. En eso creyeron los referidos nativos del Sudán a
lo largo de los siglos, y lo siguieron haciendo frente a las narices del
descreído etnógrafo.
Con patética
perspicacia occidental uno podría decir que los azande debían ocupar lo mejor
de sus vidas en acusarse de brujos los unos a otros, toda vez que, en virtud de
los elementos expuestos arriba, nadie podría encontrarse alguna vez frente a la
evidencia científica de su poder oscuro; por lo menos a Evans-Pritchard le sucedió así, de
acuerdo con una línea reveladora de su famoso libro: “Por eso, quizá nada tenga
de extraordinario que yo nunca haya oído ninguna confesión de brujería”. Por
fuerza, los brujos deben ser los demás. Pero eso no significa que la creencia
se revele absurda a ojos de los nativos. ¿El oráculo denuncia como brujo al
hijo de alguien que no lo era? Ha de ser que el padre tenía “fría” la materia
de brujería o, peor aún, que el hijo es un bastardo. ¿El oráculo señala como
brujo a alguien que está seguro de no haber dirigido su malevolencia contra
nadie? Se puede ser brujo sin saberlo, y nada más digno de agradecimiento que
enterarse a tiempo. ¿Y si el brujo se arrepiente de corazón y, aun así, las
desgracias de la víctima crecen como la espuma? Ha de ser que un segundo brujo
lo ha tomado como blanco. ¿Y si la autopsia de un hombre acusado de brujo por
el oráculo muestra que en él no había ninguna materia de brujería? El falso
veredicto se debe entonces a que el mismo oráculo ha sido embrujado, o a que lo
ha consultado alguien que no había observado los tabúes de rigor. Una creencia
se articula sistemáticamente con otras, de modo que la convicción brujeril se
erige redonda, blindada y dominante en las cabezas nativas. Si se es zande, es
forzoso creer en brujos.
Dos mujeres africanas (1950). Emmanuel Mané-Katz (1894-1962) |
Maravillosa entrada. Evans-Pritchard, para los historiadores, es un excelente elemento, todo un antropólogo-monumento, para comprender los avatares teóricos y, cabe decirlo, de la cada vez más fuerte posición de corrección política, para el estudio del "imperialismo cognitivo" y la comprensión del pasado de las sociedades que escapan a la férula de Occidente. ("debates, debates; el horror, el horror", diría aquel marino polaco que escribió sobre el Congo. ¡Saludos, Juan Carlos!
ResponderEliminar"Porque se piensa en brujos, existen los brujos". Una intuición muy cercana a la premisa estructuralista: "Al comprender, la enferma se cura". En esa lógica, cuando el Otro no reconoce-comprende al antropólogo, ¿ambos dejarían de existir?
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar