viernes, 15 de enero de 2021

Magia negra


Estudio de hombre, a partir del modelo Joseph (h. 1819). 
Théodore Géricault (1791-1824)


El 29 de noviembre de 2020, tras una formidable actuación de Edinson Cavani, Manchester United derrotó a domicilio al Southampton. Los Diablos Rojos se habían ido al vestuario perdiendo 2-0, pero, en la segunda parte, una asistencia y dos goles del uruguayo —el último de los tantos in extremis— le dieron los tres puntos a los visitantes. Para celebrar la gesta, un seguidor etiquetó una foto del delantero con la leyenda “Así te quiero Matador”, a lo que este contestó con un cariñoso “Gracias negrito”. Entonces tronó el cielo y cayeron rayos sobre Cavani: la Football Association (FA) juzgó como racista la respuesta del goleador y, en consecuencia, lo suspendió por tres partidos y le impuso una multa de cien mil libras esterlinas.

Tanto como el presunto desliz de Cavani, causó indignación el castigo dispuesto por la FA. La Conmebol —órgano rector del fútbol en Surámerica— llamó la atención sobre la ignorancia de los ingleses sobre las costumbres sociolingüísticas en Uruguay, mientras que la Asociación de Futbolistas Uruguayos acusó a la FA de “dogmática y etnocentrista”. Las protestas rebasaron el ámbito del fútbol, a tal punto que la Academia de Letras de Uruguay difundió un comunicado de “enérgico rechazo” a la sanción. Sin tapujos, los académicos orientales denunciaron “la pobreza de los conocimientos culturales y lingüísticos que esa Federación pone de manifiesto al fundamentar tan cuestionable resolución”, y acto seguido repasaron la cartilla del idioma en lo que tiene que ver con la común creación de vocativos con base en características físicas de las personas, buena parte de ellos metafóricos y provistos de un sentido cariñoso o amical, sentido que, como queda claro, es el único que cabe dar a la feliz interacción entre cavaniofficial21 y pablofer2222.

La FA, a medias consciente de su exceso pero, sobre todo, tozuda en su arrogancia, aceptó que Cavani no había tenido mala intención, pero que, con todo y eso, su expresión “podía ofender a los hablantes ingleses que no estuvieran familiarizados con la cultura suramericana”. La pretensión es, a todas luces, absurda: se pide constreñir los usos propios de una lengua en consideración de la ignorancia de quienes, por no ser sus hablantes, no conocen sus contextos de uso (lo que supone que Cervantes debió suprimir los paternales insultos de Don Quijote a Sancho en vista de que un malayo podía escandalizarse al leerlos). Pero el asunto dista de ser simple, toda vez que incluso en esta parte del mundo hubo quien justificara la sentencia contra el Matador. Ángel Perea, un experto en temas afroamericanos que fue consultado por El Tiempo, señaló lo peligroso que resultaba naturalizar la dicotomía racista blanco/negro. Se lee en el diario colombiano: “Perea critica ese comportamiento de normalización de ese tipo de términos, independientemente del contexto en el que se expresan: ‘Si a nuestros conciudadanos blancos-mestizo jamás y por ninguna circunstancia se los llama por ascendencia racial o étnica o por la tonalidad de su piel, ni siquiera por cariño, afecto, o cualquier sentimiento empático o de simpatía, entonces racializar […] a las personas afrodescendientes es de inmediato un abuso intolerable. En el reclamo uruguayo se revelan taras atávicas’”. En la misma nota se lee un concepto de la líder afrodescendiente Francia Márquez, quien, al igual que Perea, tiene para sí que la respuesta de Cavani abona a una “normalización del racismo”, y arguye que los afrodescendientes siempre se dirigen a los blancos y mestizos por su nombre: “Uno no les dice ‘gracias, blanquito’ o ‘gracias, mesticito’”.

Hay tanto de largo como de ancho en esas opiniones desde el punto de vista afrodescendiente. Más que erróneo, sería malicioso negar que, en parte, el racismo se expresa en la persistencia de ciertos usos lingüísticos. El problema, es cierto, consiste en la naturalización de unas prácticas de segregación o de enunciación de las diferencias étnicas. Una frase tan común y tan afectuosa como “mi negro” no deja de representar una lógica de posesión y sumisión étnica que habría tenido origen en la detestable práctica de la esclavitud. Con todo, es evidente que, para que ese sentido se configure, se necesita algo más que el significante negro. Hace muchos siglos, los lingüistas —o, si se quiere, los gramáticos— renunciaron a la tesis de que las palabras poseyeran la sustancia de las cosas a las que se referían. En su docto Curso de lingüística general (1916), Ferdinand de Saussure advierte que la vocación del signo lingüístico es encadenarse con otros, y que solo de esa manera puede hacerse significativo, pues en sí mismo no es nada. Si la expresión “mi negro” rezuma racismo es por la ligazón entre el pronombre posesivo y el sustantivo, pero no por la mera aparición de la palabra negro, como —según el redactor de El Tiempo— pretende Perea. Es temerario afirmar que el racismo lingüístico se configura con independencia del contexto de uso de las palabras: eso solo podría suceder con los conjuros mágicos, cuyas palabras están preñadas de un poder intrínseco (y, en el caso que aquí interesa, el único hechizo imaginable sería el que el futbolista uruguayo lanzó contra sí mismo).

Cada frase encuentra sentido en su particular contexto sintagmático, de acuerdo con Saussure; o según la semántica activa en el contexto de la situación etnográfica, de acuerdo con una reflexión —ya clásica— que Bronislaw Malinowski vertió en el artículo “El problema del significado en las lenguas primitivas” (1923). La fórmula “Gracias negrito” de Cavani no puede ser entendida como una expresión necesariamente racista por la sola presencia de la voz negrito, tal como lo asumen la FA y los intelectuales afrocolombianos. Es evidente el gesto afectuoso materializado en ese sistema de dos palabras, incluido en un intercambio virtual celebratorio, pero los detractores no pueden —o no quieren— verlo; y no solo eso: al condenar al goleador, pretenden que no apele al lenguaje metafórico, actividad que, para los humanos, es tan automática como respirar. La altivez colonialista de la FA, por un lado, y la posición esencialista y no poco cándida de quienes han salido a defenderla, por el otro, no deberían atreverse a tanto. ¿Quién puede estar seguro de que Cavani no llama “negrito” a pablofer2222 como una manera sinecdóquica o metonímica de aludir a su pelo o a sus ojos negros? Eso por no discutir si, en el caso de que el entusiasta seguidor tuviese mucha melanina en su piel, mencionarlo configure, necesariamente, un abuso. Porque, por otro lado, no es cierto —como proclaman Perea y Márquez— que a los blancos o mestizos no se les nombre de acuerdo con sus características físicas o étnicas: en Colombia, apelativos como “mono”, “monito, “zarco”, “moreno” o “more” son cosa de todos los días. En otro caso controversial, el futbolista colombiano Juan Pablo Ramírez fue censurado por referirse a un colega brasileño como “negro”, sin que nadie reparara en el hecho de que el agresor, durante su carrera deportiva, ha llevado a cuestas, sin tomárselo a mal, el apodo de “Indio”.

El racismo es un hecho tan real como funesto en el mundo contemporáneo, y negarlo es, acaso, la manera más eficaz de contribuir a su perpetuación. Pero no acaba de quedar clara la justeza de ciertas pugnas lingüísticas que se han dado en su nombre, del todo similares a las que pretenden redimir la violencia de los hombres contra las mujeres con base en la implementación de un lenguaje que, por más incluyente que se sueñe, choca contra la regla saussureana de la inmutabilidad del signo lingüístico y obtura la función poética de la lengua. Si bien es verdad que, en parte, las costumbres verbales han favorecido la naturalización de ciertas asimetrías sociales, también lo es que la vehemencia ciega con que se han librado algunas batallas contra la lengua ha hecho que salgan de foco los problemas, impidiéndose o retrasándose su solución en el mundo material. La dura sentencia contra Cavani no es más que un capítulo reciente de una cruzada de moralismo hipócrita y estéril que ya es de vieja data, y pese a la cual, con espantable facilidad, hace menos de un año fue asesinado George Floyd.


El negro Escipión (h. 1867). Paul Cézanne (1839-1906)

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