El corredor (1912). Jean Metzinger (1883-1956) |
El estudio de los mitos tiene una deuda impagable con la
antropología francesa. Casi bastaría pensar en los 813 mitos americanos recopilados por Claude
Lévi-Strauss en los cuatro volúmenes de sus Mitológicas
(1964-1971) y en el prolijo análisis de su estructura y, en cierto sentido, personalidad,
toda vez que el maestro llegó a convencerse de que los mitos eran autónomos al
extremo de pensarse, ellos solos, en las cabezas de los hombres. Pero también
debe tenerse en cuenta la reflexión de Marc Augé sobre un evento que Roland
Barthes ―también francés, y antropólogo con piel de filólogo clásico― señaló
como “el mejor ejemplo” de “un mito total”: el Tour de Francia.
En
efecto, el Elogio de la bicicleta (2008)
de Augé se abre con un apunte que es, veladamente, la confesión de que el autor avanza tras la
rueda de Barthes: “En mi adolescencia, el mito era para mí el Tour de Francia”.
Esta sola frase deja ver que el antropólogo, de la misma manera que el
filólogo, está persuadido de que la historia es susceptible de trocarse en
mito, aunque ―en el caso de la carrera francesa― por algo más que el palabrerío
grandilocuente de los cronistas deportivos: sobre todo, por la conciencia del
hombre común de que su vida cotidiana ha sido trascendida en una gesta digna de
ser recordada. Lévi-Strauss, quien siempre aceptó que en los contenidos del
mito podía yacer, cifrado, el acontecimiento, también expresó, no pocas veces y
con vehemencia, la idea de que en las sociedades modernas la historia había
tomado el lugar del mito y que, en consecuencia, se había arrogado sus
funciones; la historia es nuestra mitología, concluyó el estructuralista, quien
de seguro habría celebrado la ocurrencia de Augé de que el Tour es, para su
espectador, un combate entre héroes a semejanza de los que abundan en la Ilíada y la Odisea. Pero es muy probable que a un año de su muerte, en el 2008 ―cuando
Carlos Sastre ganó la vuelta a Francia―, el centenario maestro no tuviera mucho
interés por las veleidades librescas de sus colegas más jóvenes.
De
todos los filósofos del Tour, Augé es el que menos necesita de las grandes
hazañas para otorgar la categoría de mito a la populosa carrera, convencido como está de que su materia prima es la vida cotidiana. A
diferencia de él, Barthes tiene en su cabeza las grandilocuentes imágenes del luxemburgués Charly
Gaul ―“amigo de Febo”― y del local Louison Bobet ―“Satanás de la bicicleta”― en
lucha titánica contra el Mont Ventoux, “Verdadero Moloch, déspota de los
ciclistas”. Muchos años antes, el escritor francés Albert Londres había inmortalizado
el infernal Tour de 1924 en una colección de crónicas en que los
ciclistas son puestos al nivel de los “verdaderos chiflados”, por encima de los
ilusionistas y los faquires. Y Tim Krabbé, escritor y ciclista holandés, en su
novela El ciclista (1978) vuelve sobre
las faldas del Mont Ventoux, domadas por Eddy Merckx al precio de desmayarse
por hipoxia, y evoca a Bernard Hinault trepando por un barranco sembrado al lado
de la carretera, al que cayó como ciclista y del que salió “como vedette”. Mientras tanto, Augé solo necesita que los hombres más humildes ―el obrero que va a la fábrica
en bicicleta y con su pan en la canasta, o el pobre diablo que ha llorado al
identificarse con el protagonista de El
ladrón de bicicletas (1948) de Vittorio De Sica― puedan reconocer en el Tour “la forma
trascendida de lo que viven”. No son los gestos aparatosos de héroes inalcanzables sino las vivencias propias, refractadas en historias redondas, las que tornan convincente el mito. Y como los franceses van en su automóvil a
cualquier lugar, y ya no ocurre, como antes y después de la Segunda Guerra
Mundial, que domine el transporte en bicicleta, el mito no puja en la
cabeza de nadie, ni siquiera en la de los mismos ciclistas profesionales. No es gratuito que el
último campeón francés de la gran vuelta haya sido Hinault en el lejano 1985.
No
importa si el Tour de Francia es el mejor ejemplo del “mito total” de Barthes;
lo que es claro es que es uno de los mejores ejemplos del “lugar antropológico”
preconizado por Augé en su celebérrimo libro Los “no lugares” (1992); ese lugar que, según el antropólogo de
Poitiers, se distingue por permitir el sentimiento de lo histórico, la
identidad y las relaciones sociales. Augé es explícito al respecto: “El Tour de
Francia, con sus ilusiones, es un ‘lugar de la memoria’ por excelencia”. Es
indiscutible lo que corresponde a la historia, materializada en la explosión
diacrónica que conecta a la vida cotidiana con el mito. En cuanto a la
identidad, el Tour, como cualquier práctica ciclística, invita al
descubrimiento de sí mismo, ya sea porque se está sobre la máquina en la
soledad del esfuerzo, o porque, desde la barrera, el avance del otro en la
carretera obliga a recordar las más entrañables excursiones personales; al fin
y al cabo, “el primer pedaleo constituye la adquisición de una nueva autonomía,
es la escapada, la libertad palpable, el movimiento en la punta de los dedos
del pie, cuando la máquina responde al deseo del cuerpo e incluso casi se le
adelanta”. Las relaciones sociales quedan allanadas, con creces, en la “solidaridad
elemental” que se establece entre los ciclistas, y que tiene uno de sus más
conmovedores cuadros en la decimosexta etapa del Tour de 1949, cuando Fausto
Coppi dejó ganar a Gino Bartali por ser su día de cumpleaños.
En el colofón de uno
de sus vigorosos tratados, Lévi-Strauss habla de la “moral inmanente de los
mitos”, misma que en el caso amerindio se resumiría en la idea de que, dado que
el infierno está en cada uno de nosotros, conviene regular nuestras relaciones
con el mundo para no degradarlo. Augé sugiere, en su Elogio de la bicicleta, cuál es la moral inmanente del “mito total”
del Tour cuando apunta que, si de lo que se trata en ese deporte es de encontrarse
consigo mismo, “con la bici no se puede hacer trampa”. De ahí que el doping signifique, para el antropólogo,
la gran crisis de la historia del ciclismo. Una vez pervertido el heroísmo, el
mito se reduce a su propia ruina. Aunque la UCI haya limpiado el nombre de
Lance Armstrong del palmarés de los tours corridos entre 1999 y 2005, de ellos
nadie quiere ni parece acordarse.Ciclista atravesando la ciudad (1945). Fortunato Depero (1892-1960) |